Columna: Cuauhtémoc Villegas Durán.
La vida lo llevó a cuidarle la espalda a los narcos. Nunca lo imaginó. Nunca se imaginó que el partidazo sería rebasado, Nunca. En esa casa de cuartos tristes y sucios, bajo las tejas de barro cuando empezó a despuntar y alcanzó por primera vez la alcaldía del municipio desde donde veía la gran ciudad. No. Entonces se necesitaba de un padrino político y la bendición de los sectores del PRI. Y era feliz caminaba libre y con sueños. Hoy, hasta de sus propios guarros se tenía que cuidar.
Ahora, en su segunda vez como alcalde del pueblo que lo vio nacer, conurbado ya a la gran ciudad, le tocó la bendición de los narcos, el pueblo ya no era el mismo, era ya parte de la ciudad de 5 millones de habitantes y ya no vivía en una casa miserable sino en una de sus muchas residencias, desde donde veía las inmensas columnas de humo que se elevan a los lejos.
También escucha bazucazos, granadazos y el ulular de sirenas. Sus policías, él lo sabía, eran los que quemaban en ese momento camiones para, junto a las otras policías de la ciudad, estrangular la urbe y llamar la atención nacional e internacional por la detención de un cabecilla de la organización.
Él prefiere no hacer nada. Hay que apechugar. No hay que mover ni un dedo. Si queda grabada alguna orden podría delatarse y terminar en la cárcel.
Recuerda entonces los días de campaña en el barrio que arde: entre los charcos de las calles enlodadas y llenas de maleza y basura, callecillas entrecortadas llenas de miseria y vicios: lascivia y traiciones, alcohol, marihuana, crack, cocaína, metanfetaminas, pastas, chemo, “lo que caiga”. Prometiendo pacificar el municipio mientras él, rodeado de narcos armados y celulares se toma fotos. Ni modo. Y todos lo saben, todo el barrio lo sabe: conocen a los de La Plaza. Saben que el candidato anda con ellos. “Es el bueno”.
-Él va a ganar: Tiene la bendición de La Plaza.- Dice la gente. Él piensa “hay que apechugar”. Hay que ganar y no decir nada”. Hay que callar en esas calles, depósitos de cadáveres y ejecuciones, levantones y calentadas.
No, ya no son los tiempos donde el Estado y el PRI todo lo decidían. Hoy hablan las armas y los cuerpos vejados con sus mensajes en cartulinas, sin cabeza, sin dignidad, como la muerte que ronda el municipio y su administración, falaz y corrompida. Una política de sangre. Una policía tomada por el narco, un municipio tomado por el narco, una ciudad entera tomada por el narco y él, solamente, otro alcalde más de los narcos…
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