Río Doce/Javier Valdez.- Los militares vieron el maizal tupido y con elotes listos para ser cosechados. Iban en dos patrullas y el jefe le dijo al chofer de la que iba adelante: deténgase. Se bajó de la camioneta y se dirigió al plantío. Los elotes erguidos, apuntando al cielo, ofrecidos, envueltos en esas verdes hojas como un regalo incitante que espera ser desempacado.
Tomó dos. Uno en cada mano, pesándolos. Hacia arriba y hacia abajo, con ligeros movimientos de sus brazos. Se antojan, dijo. Peló parcialmente uno y lo mordió. Con un ademán invitó al resto a que hicieran lo mismo. Pelaron, mordieron, saborearon, acopiaron para llevarse unos cuantos que luego fueron varias decenas.
Las cajas de las patrullas tenían el tapiz verde fresco de los elotes recién arrancados. Uno más y otro y otro y otro. Penetraron los muros de plantas. Parecían orugas disciplinadas, avanzando, recolectando, expropiando el territorio ese y venciendo el maizal y sus frutos. Inspirados, cortaron y cortaron y cortaron. Ya estaban a quince pasos del camino vecinal, donde los esperaban las camionetas verde olivo. Habían avanzado silentes, crujiendo apenas algunas ramas y aplanando los surcos con esas góndolas de cuero que vestían sus pies. Fue así que en ese ir y venir escucharon.
Voces queditas. Voces como ecos. Voces lejanas, de esas que arropa el viento. Hicieron señas. Un puño, los dos dedos del capitán apuntando sus ojos: exhibición de medidas de seguridad y prevención. Dejaron de cortar y morder y de avanzar con torpeza. Levantaron sus fusiles hasta abdomen, pecho y hombros. Metros adelante, no muchos. Siete hombres jóvenes, con aspecto de rancheros y desarrapados, cuidaban un plantío de mariguana, entre las espigadas matas de maíz. Traían armas pero no todos. Un ruido, un movimiento, una silueta. Algo los delató y los dos grupos se tuvieron de frente, y empezaron los chingazos. Disparos por allá y por acá. Ráfagas. Detonaciones separadas por silencios de adrenalina. Gritos, tracatera y corredera.
Alguien dijo alto el fuego. Tres hombres estaban en el suelo, boca abajo. Uno de ellos tenía la bota de un militar sobre la espalda. Cuatro armas decomisadas y unas trescientas plantas de yerba de follaje tupido, tipo cronic. El área fue asegurada y el mando recibió el reporte de dos patrullas que recorrían la zona y que en actividades de reconocimiento fueron agredidos.
Mi comandante. Los efectivos íbamos realizando labores de vigilancia y reconocimiento en la zona. Vimos gente sospechosa y antes de que pudiéramos darnos cuenta ya nos estaban disparando. Dos semanas después, en ceremonia, los soldados fueron condecorados. No dijeron en sus informes que todo empezó porque estaban robando elotes.
Aquí nadie teme ya la muerte en la guerra.Ésta es nuestra gloria.Éste es tu mandato.¡Oh,…
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