Juan José Esparragoza sufre un infarto y el Gobierno dice que no sabe nada
Río Doce.- La especie empezó a correr en Culiacán al medio día del domingo: Murió el Azul. Primero que en Guadalajara, después que en la ciudad de México. Pero había un dato que no se movía: murió de un infarto. La información, desde que llegó a Ríodoce, siempre fue imprecisa, dudosa. Por eso se requirió la confirmación de fuentes diversas, amigos de la familia, gente ligada al cártel de Sinaloa —Culiacán es una ciudad muy chica y están por todas partes— y algún policía. Todos coincidieron: murió. Tuvo un accidente y después de varios días de convalecer sufrió un infarto. Los restos, dijeron las fuentes, fueron cremados.
Si en días hábiles es difícil conseguir información oficial sobre temas escabrosos, pensar que en domingo se encontraría a alguien dispuesto a hablar, en México o en los Estados Unidos, hubiera sido una ingenuidad.
Al día siguiente, la reacción de las autoridades fue cortante. “No podemos confirmar nada, yo no tengo información”, dijo el procurador general de la República, Jesús Murillo Karam, entrevistado en Madrid, cuando la noticia del hecho había circulado por todo el país.
Más tarde, en Tamaulipas, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, afirmaría que no darían información al respecto “hasta estar seguros, hasta que tengamos elementos”. Y agregó: “cuando se tenga información correcta la daremos a conocer”.
Pasó una semana y ni una ni la otra dependencia volvió a tocar el tema. La DEA, en contacto con Ríodoce desde Washington, reviró que se enteró el lunes de la presunta muerte del Azul y que ya su oficina en México estaba investigando el caso. Tampoco volvió a decir nada. En medio de la especulación por la falta de elementos contundentes, el Gobierno mexicano estaba entrampado.
Un triduo para el Azul
Más allá de lo que ocurría en la ciudad de México, en diversos círculos culiches se reforzaba la versión de que, efectivamente, Juan José Esparragoza Moreno, uno de los narcotraficantes más poderosos de este país en las últimas dos décadas, había muerto.
El martes por la mañana se presentó un hombre a la oficina de la Parroquia del Espíritu Santo, ubicada en la colonia Las Quintas, de Culiacán, para ordenar tres misas en honor de “José Moreno”. Dijo llamarse “Manolo”.
Ríodoce pudo constatar que, en el libro de registros de la parroquia, junto con otros nombres, aparece el de “José Moreno”.
En realidad las misas eran para Juan José Esparragoza Moreno, el Azul. Se realizaron el martes, miércoles y jueves, todas a las 19:15 horas y asistieron a ellas familiares y amigos de los Esparragoza, entre ellos María de los Ángeles Beltrán Caro y su hija Rocío Quintero Beltrán, hija del legendario Lamberto Quintero y viuda de Juan Ignacio Esparragoza, un hijo del Azul que murió hace dos años después de sufrir un accidente, al caerse del cuarto piso de un edificio ubicado en Colinas de San Miguel, en Culiacán.
El lunes, cuando la noticia ya estaba en todos los medios nacionales, el gobernador fue cuestionado al respecto y solo alcanzó a decir que “solo son rumores, no tenemos nada oficial”.
El jueves, un funcionario de “inteligencia” del Gobierno estatal fue cuestionado en torno a si se estaba investigando la muerte del Azul y dijo que no, que solo se acercaron a algunos familiares del capo y que les dijeron no saber nada.
Pero el viernes, cuando apareció la noticia de que se habían celebrado tres misas en honor de Esparragoza Moreno, se les dio la orden de investigar el asunto, tratando de establecer la verdad sobre lo que se estaba publicando. Por la noche, uno de estos elementos ya lo tenía confirmado.
Parroquia del Espíritu Santo. Tres misas para el Azul.
Sus orígenes
Alguien, no se sabe quién, le puso el Azul por el color de su piel, profundamente oscura. Nació el 3 de febrero de 1949 en Huixiopa, Badiraguato, un pueblo de apenas cien casas, muchas de ellas construidas de barro y varas de guinolo entreveradas. De allí mismo eran sus padres, doña Rosario Moreno y don Ignacio Esparragoza, un hombre que se había dedicado a la cría de ganado pero que había aprovechado bien el boom de la producción de mariguana y amapola a partir de los años 40 en esa región de la sierra sinaloense.
La familia emigró a Culiacán y con ella Juan José Esparragoza, que llegó a la ciudad en guaraches de tres puntadas, mismos que se negaba a dejar. Estudió sin terminar en la secundaria Federal 2, que operaba en el edificio que ahora ocupa el Cobaes 25, ubicado por la calle Rafael Buelna.
Convivió, durante años, con sus amigos de la cuadra. Vivía por la calle Ignacio Zaragoza, en la casa de sus padres, entre Morelos y Domingo Rubí. Su padre tenía con qué mantenerlos sin problemas, así que no se esforzaba mucho por trabajar. Eran siete hermanos, tres hombres y cuatro mujeres. De los varones, uno murió de cáncer y el otro cuando fue atacado por abejas enloquecidas, en Badiraguato. De las mujeres le sobreviven tres.
Ya entrado en años el Azul se metió casi de manera natural al negocio de las drogas, primero sin mucho éxito, si se mide por el tiempo que pasó en las cárceles.
A mediados de los años setenta fue detenido en la esquina del bulevar Gabriel Leyva Solano y Ramón Corral con un fuerte cargamento de mariguana. Fue en una casa pequeña que le servía de bodega. Eran los tiempos en que convivía con el legendario Pedro Avilés, el León de la sierra, asesinado por la Dirección Federal de Seguridad el 15 de septiembre de1978.
Libro de registros. Servicios para José Moreno.
Por esa causa, Esparragoza Moreno estuvo preso en Mazatlán cerca de dos años. Salió de la cárcel pero no estuvo mucho tiempo en Sinaloa, pues la Operación Cóndor, en 1977, lo obligó a refugiarse en Guadalajara, Jalisco. De allí se fue a la frontera a probar suerte, pero de nuevo fue detenido con un cargamento de droga, ahora en Mexicali, donde estuvo preso varios años, hasta principios de 1983.
A pesar de sus encierros, nunca perdió su derecho a estar en los círculos importantes del narcotráfico en Sinaloa. El 28 de mayo de ese año, cuentan sus amigos, asistió a la boda de Rodolfo Sánchez Duarte —hijo del ex gobernador Leopoldo Sánchez Celis—, quien se casó con Teholenda López Uriarte. Los padrinos fueron Miguel Félix Gallardo y su esposa María Elena.
Desde entonces, el Azul sentó sus bases en Jalisco. Ese fue su segundo hogar después de Sinaloa. Pero lo alcanzó la cacería de capos que se desató a raíz del asesinato del agente de la DEA, Enrique Camarena Salazar, en 1985. Cayó preso de nuevo en 1986 después de un tiroteo. El 11 de marzo de 1986, Juan José Esparragoza ingresó al Reclusorio Sur de la ciudad de México y con ello iniciaba su tercer y último encierro. Igual que Joaquín, el Chapo Guzmán, se dijo agricultor y ganadero. No se le acusó del crimen de Camarena y el juez de la causa lo sentenció a siete años y dos meses de prisión.
El Azul pasó cuatro años en el Reclusorio Sur y en 1990 fue trasladado al Reclusorio Norte, donde pasó dos años. En Marzo de 1992 fue recluido en la recién inaugurada cárcel de máxima seguridad del Altiplano —antes Almoloya—, donde estuvo un año. En 1993 obtuvo su libertad gracias a una preliberación otorgada por la Secretaría de Gobernación.
Salió de la prisión por su propio pie y caminó dos kilómetros hasta que abordó un taxi para desaparecer. Después solo sus amigos, su familia y sus socios supieron de él. Regresó a Badiraguato a ver a los suyos, siempre acompañado de un séquito de hombres armados hasta los dientes.
A finales de 1993 se llevó a cabo la cumbre de narcos donde las organizaciones criminales se repartieron el país como si fueran dioses. La reunión fue promovida por Esparragoza Moreno.
Después de esto se instaló en Jalisco, se avecindó en Morelos y sus visitas a Sinaloa eran esporádicas, de paseo o por negocios.
Hace dos años estuvo en Santiago de los Caballeros, visitando familiares, siempre de bajo perfil, sin fiestas ni música. Para él, atrás habían quedado las bebidas y las drogas a las que durante años fue afecto.
Nunca, nadie, ha inventado ni ha cantado un corrido dedicado al Azul.
Juan José Esparragoza. Una vida en las prisiones.
De perfil diplomático
Durante lustros el Azul fue considerado un poderoso narcotraficante, pero también, dentro de la mafia, como un diplomático. No se peleaba por cualquier cosa y fue siempre un puente entre las distintas organizaciones criminales, y, en ocasiones, entre éstas y el Gobierno.
Tal vez por eso no se le perseguía. La revista Proceso publicó en diciembre de 2011 un extenso expediente que radicaba en la PGR desde 2002, donde se consignan decenas de elementos que conforman la estructura criminal del Azul: casas, ranchos, empresas para lavar dinero, cómplices, rutas para el trasiego de la droga, relaciones internacionales, casas de seguridad en diversos estados de la república, sobre todo en Sinaloa, Jalisco, Morelos, el Distrito Federal…
Pero el expediente reposaba en un rincón de la PGR y nadie actuaba contra el hombre de Huixiopa. Los propios investigadores que participaron en la investigación se quejaban de que no había servido de nada el trabajo y los riesgos que corrieron para realizarla, muchas veces infiltrados en la organización, pues, al parecer, el Gobierno había negociado con el capo.
No era para dudarse: a mediados de la década pasada, inició en México la confrontación más fuerte que se haya dado entre el estado mexicano y las organizaciones criminales, sobre todo por el surgimiento de cárteles que hacían uso de una violencia que no se conocía en el país.
En el propio cártel de Sinaloa la paz se rompió con la detención de Alfredo Beltrán Leyva, el Mochomo, el 21 de enero de 2008. A partir de ese hecho Arturo Beltrán Leyva les declaró la guerra a Ismael Zambada y a Joaquín Guzmán, al tiempo que se aliaba con Vicente Carrillo y con Los Zetas.
El país se incendió y el Azul no pudo hacer nada para detener la guerra. Habló con Arturo y le dijo que no se dejara llevar por la rabia, que esa confrontación no conduciría a nada bueno, que había que mantener la unidad del cártel. Pero el Barbas no cedió y terminó sus días en Cuernavaca durante un enfrentamiento con la Marina, que llegó hasta una de sus casas de seguridad, apoyada por la DEA.
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