ADN/RTVE.- Los michoacanos de Tierra Caliente saben bien que para sobrevivir hay que adaptarse a las circunstancias y al entorno. Lo han hecho generación tras generación: si el clima en el valle es árido y las temperaturas alcanzan los 50 grados, lo mejor es cultivar frutas. Hoy son líderes mundiales en la producción de aguacate. Durante décadas han luchado por mejorar sus vidas y han enfrentado todo tipo de adversidades, incluida la violencia que azota no sólo a ellos, sino a millones de mexicanos. Sin embargo, todo tiene un límite y el suyo hace tiempo que se superó con creces.
“La situación empeoró cuando estos señores, no tan sólo con quitarle el dinero a la gente desde la más jodida a la más acomodada, empezaron a meterse con la familia; empezaron a violar a niñas de 11 y 12 años”, decía hace unos meses José Manuel Mireles, médico y uno de los impulsores de las mundialmente conocidas autodefensas.
El origen del problema
Hace un año, miles de ciudadanos de a pie decidieron armarse y enfrentarse a Los Caballeros Templarios, los narcotraficantes que les quitan la tierra, les extorsionan, les secuestran y les matan. Poco a poco se han ido adueñando del territorio ante la debilidad real o interesada de las instituciones oficiales.
“En Michoacán ha pasado lo que en otros lugares: hay contubernios de políticos corruptos con criminales. Eso se suma a la ausencia de una política pública para combatir la desigualdad. Hay un puñado de familias ricas y millones de pobres y encima tienen que soportar la violencia de los narcos. El resultado sólo puede ser la descomposición de la sociedad”. Así explica el problema michoacano Ricardo Ravelo, experto en temas de seguridad.
Es el fondo de una situación que no es nueva ni exclusiva de Michoacán. Según la Comisión Nacional de Derechos Humanos, los grupos de autodefensa han ido creciendo hasta extenderse a 10 estados mexicanos.
La intervención federal
La situación empeoró hace unos días. Las autodefensas intensificaron sus enfrentamientos con Los Templarios. A base de plomo y sangre, consiguieron arrebatarles el control de varios pueblos y ciudades. Escalaba el nivel de violencia, los muertos y la confusión. Al mismo tiempo, otros ciudadanos protestaban contra las autodefensas y lo hacían quemando vehículos y bloqueando carreteras. Michoacán se convertía en el foco de la atención nacional e internacional. Finalmente, el Ejecutivo federal decidía intervenir enviando a Tierra Caliente más de dos mil militares y policías.
“No son ellos –las autodefensas– nuestro objetivo, son los criminales. Ellos tienen que estar convencidos de que vamos a hacer nuestra tarea”, afirmaba el secretario (ministro) de Gobernación mexicano. Miguel Ángel Osorio también pedía a los civiles que dejaran las armas y que colaboraran con las fuerzas federales.
Iremos entregando las armas si de verdad (las fuerzas de seguridad) van contra los líderes de Los Templarios
La respuesta se la daba Estanislao Beltrán, otro de los líderes de las autodefensas: “Por ahora no vamos a dejar las armas. No hay confianza. Las iremos entregando si de verdad van contra los siete líderes de Los Templarios. Nosotros estamos dispuestos a ayudarles para detenerlos”.
Primeros resultados
El gobierno ha nombrado un comisionado para Michoacán. Es Alfredo Castillo –un hombre muy cercano al presidente Enrique Peña Nieto- cuyo objetivo es tan claro como difícil: “Que las mujeres y hombres de este gran Estado retomen sus actividades cotidianas”.
Por ahora, las fuerzas federales han detenido a algunos criminales, aunque de bajo perfil. Y parece que se recobra cierta tranquilidad. “Las cosas están algo mejor. Tenemos el 70% de los negocios abiertos”, asegura Uriel Chávez, acalde de Apatzingán, la capital de Tierra Caliente.
Sin embargo, son muchos los recelos a la operación de seguridad puesta en marcha por el gobierno federal. “En lugar de buscar a los criminales que dañan a la comunidad, el ejército mexicano, por órdenes superiores, fue a desarmar a las autodefensas de Nueva Italia y Antúnez, agrediendo a la gente indefensa con el resultado de tres muertos”, señala un duro comunicado del obispo de Apatzingán, Miguel Patiño.
El gobierno admite los enfrentamientos y asegura que investiga lo sucedido. Al mismo tiempo ha enviado a cientos de policías municipales a otros estados mexicanos para capacitarles. “Muchos de estos agentes locales son corruptos, están a la orden de los narcos”, apunta Ricardo Ravelo.
Y ahora, ¿qué?
Nadie sabe cómo terminará esta situación, que muchos califican abiertamente de guerra. Una lucha por el poder entre los narcotraficantes y los civiles armados, y ahora una lucha en la que el gobierno intenta, precisamente, recobrar el poder que hace mucho perdió. Los miembros de las autodefensas siguen portando armas y ya hemos visto cómo ocupan varias mansiones de algunos Templarios.
También han conseguido devolver unas mil hectáreas de aguacate a sus dueños originales, los campesinos michoacanos que siempre cultivaron estas tierras donde el sol es el único que hace justicia real. La otra, la justicia del Estado de Derecho, ha estado ausente demasiado tiempo, mientras los criminales imponían su ley. Hasta ahora, que miles de civiles les plantaron cara, imponiendo también sus propias reglas. Una auténtica lucha a muerte por el poder en Michoacán.
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