ADN/El País.- La bandera de Argentina que Pablo Bonelli lleva sobre la rueda trasera de su bici ha recorrido ya más de 21.500 kilómetros. Está la pobre tan maltrecha que el embajador de su país en Emiratos Árabes Unidos, Rubén Eduardo Caro, le ha regalado una nueva para que la sustituya, pero no ha aceptado. No sería lo mismo. La suya tiene ya mucha historia y se encuentra impregnada del polvo de los cientos de caminos que ha recorrido sobre la faz de la Tierra. Y aún le queda más aventura por delante.
Pablo Bonelli tiene 27 años. Trabajaba en la aerolínea Lan. El suyo era un buen puesto que consiguió tras finalizar los estudios de Economía en Buenos Aires. Pero no le llenaba. Ahorró. Y en lugar de comprarse un «auto», que no le aportaba «nada», decidió adentrarse en el mundo por la puerta grande. Le bastó para ello una bicicleta como otra cualquiera, una pequeña tienda, un saco de dormir y un camping gas. Ni siquiera lleva teléfono móvil ni ordenador.
Partió el 3 de septiembre de 2012 de su ciudad, Río Gallegos, situada en la Patagonia, y ya lleva más de 15 meses de periplo. Primero se dirigió a la Polinesia Francesa. Después a la Isla Pascua. Regresó a Argentina y puso rumbo a Europa en avión. Llegó a Madrid. Hizo el Camino de Santiago. Enfiló Portugal hacia el sur. Estuvo en Lisboa. Volvió a entrar en España por la Sierra de Huelva. Y recaló en Sevilla. Más tarde, en Algeciras, tomó el barco hacia Tánger. Recorrió Marruecos, el Sáhara Occidental -una tierra que le dejó muy impactado- y Mauritania antes de adentrarse en los países del Golfo de Guinea, del África Negra.Ghana fue su último destino africano. Donde finalizó esa etapa y desde donde voló hacia Roma.
Allí le esperaba un amigo, Federico Damiani, de 28 años, a quien había conocido en Portugal y con quien se lanzó a su tercera gran etapa. De Europa directamente a Asia. Subieron a sus bicis a mediados de mayo y pedalada a pedalada, durmiendo donde se terciaba y acampando en cualquier lugar, han dejado atrás Eslovenia, Croacia, Serbia, Bulgaria, Turquía, Georgia, Armenia, Irán y el Estrecho de Ormuz. Ahora se encuentran en Emiratos y en unas horas iniciarán su camino hacia el Sultanato de Omán. En su capital, Muscate, por aquello de sortear territorios muy conflictivos de Pakistán, volarán hacia Bombay. Y una vez allí recorrerán durante seis meses la India, la parte «más espiritual del viaje».
¿Después? No se sabe. El viaje carece de programa previo. Discurre allá por donde le llevan los caminos, los encuentros o las circunstancias. Responde a «la libertad más absoluta», incluso en el terreno sentimental. La única certeza de Pablo Bonelli es que proseguirá la ruta mientras le aporte algo; mientras responda a «la búsqueda personal y del mundo» que guió sus primeros pasos. El día que no sea así dejará de pedalear. Pero no cree que esto ocurra en los próximos dos años.
Y ¿cómo se paga la aventura? Simple. Gastando muy poco. Su presupuesto es de cinco euros diarios, que son básicamente los que necesita para comer. Allí donde la comida es más cara, caso de Europa, se la cocina en su camping gas; y allí donde es más barata, caso de África, la compra. Es decir, se adapta a cada situación. No invierte ni un euro en dormir y las averías que va sufriendo la bici las arregla él mismo.
De su familia recibe apoyo incondicional. Es más, su madre llegó a reconocerle que si «pudiera volver atrás» realizaría el mismo viaje. Y también están con él sus dos hermanos y sus dos hermanas. De hecho, una de ellas, Cecilia, va a iniciar de un día a otro con su novio, Andrés, una ruta desde el sur de Argentina hacia el norte del continente americano. Es lo único que se sabe. El resto se encuentra en manos del destino. La aventura le corre a su familia por las venas.
A Pablo Bonelli se le ve bien a pie de playa en Ajmán, un emirato situado al norte de Dubái. Alegre. A gusto consigo mismo. Satisfecho de lo que está haciendo. Aunque confiesa que en ocasiones se siente solo. “«He vivido la soledad más absoluta», asegura. Pero también saca de esta circunstancia aspectos positivos: «es muy introspectivo y hace que te conozcas mucho mejor». Son horas y horas de pensar, de darle vueltas a la cabeza, de extraer de tu interior lo que nunca hubieras imaginado que tienes. De resituar la escala de valores. De decidir qué es importante y qué no.
Y ahora, después de un año largo en ruta, va viendo horizante: su vida no será un viaje eterno, pero tampoco volverá a un trabajo corporativo de 8 a 3. Quiere encontrar un destino vital que encaje en su persona y que le permita «devolver a la sociedad» lo recibido como «aprendiz del mundo» en el «postgrado de la vida» que actualmente estudia. Y no descarta que ese hallazgo surja en el lugar más insospechado. Como le dijo a Pablo un viejo iraní, el mundo es un libro, y mientras que algunos se quedan con una sola página, él ha salido a leerlo entero.
Quien desee seguir sus pedaladas puede hacerlo a través de su blog,http://viajareliviano.blogspot.ae/. No escribe todos los días. Pero de vez en cuando coge el boli y deja unas líneas sobre el papel que después traslada al blog en los cibercafés con los que va tropezando por el mundo. El resultado: «relatos y reflexiones de un viaje sin sentido ni dirección». De momento, es su legado. Pero habrá más. Bastará con darle tiempo.
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