Río Doce.- Habían transcurrido apenas tres días de la ejecución cuando trascendió que el finado comandante Juan García Esquivel, de 76 años de edad, era padre de un militar cercano a los círculos de seguridad del presidente Enrique Peña Nieto.
“Pronto va a haber consecuencias de lo que hicieron los malandrines, los que mataron al comandante Esquivel no mataron a cualquier persona, y aunque el hijo militar no vino al velorio de su padre, sí va a venir a arremangar, porque el Ejército ya anda investigando”, dijo un colega del comandante.
Las ejecuciones del comandante Juan García Esquivel y el agente tercero, Edmundo Luises Rosas, de 43 años, ocurridas el sábado 28 en la sindicatura de El Quelite, perteneciente a Mazatlán, por un grupo armado, marcó a septiembre como un mes negro para la Policía Municipal y encendió la luz roja de alerta en la Secretaría de Seguridad Pública y Tránsito Municipal.
Juan García Esquivel, conocido por sus compañeros de armas, como el Esquivel y/o el Chilisqui, era un militar que estuvo encargado de la desaparecida banda de guerra de la corporación además de comandante de partida.
“El Esquivel no tenía 54 años, como dijeron los diarios locales, sino 76, y ya le faltaban 45 días para jubilarse, para eso estaba a punto de interponer una demanda laboral, por eso filtraron que tenía 54 y no 76”, dijo una fuente extraoficial.
Quienes conocieron al comandante García Esquivel y al agente municipal Edmundo Luises Rosas, afirman que eran unos hombres honestos a carta cabal a los que no le gustaba chalinear, como acostumbran algunos policías.
“Con lo que uno gana es suficiente para vivir disciplinadamente y no hay necesidad de recibir dinero en metálico o en especie de terceras personas”, solía decir el exmilitar.
Tanto García Esquivel como el exluchador Luises Rosas, el Karma, habían asumido el riesgo como destino y lo enfrentaron el sábado 28 cuando llegaron a la comunidad de El Quelite, a donde habían acompañado a unos turistas.
“Acababan de llegar al pueblo cuando les reportaron que había una riña, pero al llegar al lugar de los hechos se dieron cuenta de que un grupo armado había levantado a una persona y los delincuentes los masacraron con fusiles AK-47”, cuentan los policías.
“Como el que llevaban secuestrado, agregan, al parecer era un puchador, el grupo armado habría pensado que los policías de la patrulla 34 eran sus acoples que le brindaban protección”.
“Pero los sicarios cometieron un fatal error, aseguran, porque los finados eran unos policías limpios y no estaban enredados con el crimen organizado”.
Algunos pobladores de El Quelite que vieron la retirada de los sicarios comentaron que el comando que ejecutó a los policías abandonó las camionetas y alrededor de 17 sicarios iban montados en mulas y otros 30 los seguían a pie, entre las escarpadas veredas que serpentean entre el monte.
“Con sus ‘cuernos de chivo’ los hombres montados en mulas y los de a pie, parecía una manada de rinocerontes”, dijo un campesino del lugar.
La embestida contra los policías en El Quelite modificó la táctica y la estrategia de los operativos instrumentados en las otras siete sindicaturas, donde los altos mandos ordenaron que solo patrullaran por las avenidas principales, evitando meterse a las calles que los convirtiera en objetivos fáciles.
Para no pocos agentes municipales a partir del doble crimen no han faltado quienes intentan ocultar la verdad de lo que realmente ocurrió el sábado 28, con “cortinas de humo” como aquella de que en las redes sociales un tal H habría enviado un mensaje de que venía duro a recuperar la plaza.
“El H dijo que venía duro a recuperar la plaza que sus enemigos le quitaron en el sur de Sinaloa y que morirían los policías que se le atravesaran en el camino”, aseguraba el mensaje críptico sin especificar a quién se refería con la letra H y a qué grupo delictivo de los que operan en dicha zona pertenece.
Lo anterior, cierto o falso, había estresado a los policías de apoyo a la zona rural que integraban la lista de los enviados el miércoles 2 de octubre a patrullar la comunidad de El Quelite.
Un comandante se preguntó, antes de acatar la orden: “¿Por qué van a mandar agentes que no se conocen entre sí a ese lugar donde acechan los ‘mata policías’ y ya hubo dos muertos?; ¿porqué no mandan al grupo táctico?”.
Desde la noche del lunes 30, por la cabeza de algunos policías rondaban preguntas similares, pues después de las “fiestas patrias”, día y noche los ubicaron en patrullas en diferentes puntos de la Zona Dorada, El Delfín, Petroplaza y avenida Carlos Canseco, contigua a tienda Liverpool, entre otros.
En medio de la obscuridad que semejaba boca de lobo, las luces de las torretas parecían gritar a los “mata policías”, “aquí estamos”, y cuando Ríodoce recorría la zona y se detuvo a preguntarles cuál era el objetivo de su estrategia policiaca, con sus armas de alto poder en ristre, respondieron que no sabían.
Ante la insistencia del reportero, un policía que era la viva imagen de la tensión, respondió molesto: “Yo no sé nada, pregúntele a los altos mandos, a lo mejor nos pusieron aquí de punteros para que los malandrines que mataron a nuestros compañeros vengan y nos peguen una rafagueada con sus ‘cuernos de chivo’”.
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