Quienes vivimos en México aunque no seamos famosos o miembros del Estado, sabemos que es peligroso cruzar el territorio nacional en auto. Los mexicanos pudientes prefieren viajar al extranjero y en avión. Muchos se ven obligados (choferes, traileros, vendedores, deudos, perseguidos políticos, desplazados por la guerra) y tienen que andar “a las vivas” para sobrevivir a la guerra, por lo que presentamos este texto de Isabel Arvide.
Las plazas son minas de oro para los carteles y cualquier movimiento es visto por sus halcones, policías, militares, políticos, burócratas, comerciantes, etc. por lo que uno trata de cuidarse y evitar ir a municipios y estados violentos, en guerra cotidiana, como en el caso de Michoacán. El destino alcanzó a Ramonet, ciertamente, pero para el rango que tenía demostró demasiada insensantez, prácticamente se puso de pechito, se entregó o, si no era tonto, simplemente tenía una cita con sus asesinos…
México, 2 de agosto.- Habrá muchos descreídos que piensen que el vicealmirante Carlos Miguel Salazar Ramonet (la mayor parte de los jefes de la Marina-Armada tienen nombre de telenovela) tenía una cita que salió mal en el paraje de Michoacán donde terminó asesinado. Quienes conocen la mentalidad de los militares, especialmente de los marinos, saben que no fue así.
Lo que le sucedió al Vicealmirante fue en mucho su responsabilidad. Y el destino, obvio.
Como a muchos jefes militares, al Vicealmirante Salazar Ramonet le faltó la información y la malicia pertinentes para sobrevivir en un una porción del territorio nacional que le hemos, todos como sociedad, entregado a los criminales.
A sabiendas, entonces fue su soberbia, de que entraba a un territorio de guerra. O bajo la ignorancia de que entraba a un “territorio de guerra”, el jefe de la Zona Naval de Puerto Vallarta puso en peligro su vida en todo momento. No solamente por desviarse por un camino rural que no conocía, sino por detenerse a discutir con individuos que le hicieron preguntas.
Salazar Ramonet no llevaba escolta propiamente dicho. Sus acompañantes eran ayudantes que no obstante estar armados no tenían capacitación en el tema de protección personal. Hicieron todo lo que no debe hacerse, tanto que la camioneta de los asesinos, la segunda en llegar, los encontró sin las armas en las manos.
Fueron sometidos por descuido. Primero ante tres hombres y luego frente a quienes les dispararon sorpresivamente en una emboscada que era de esperarse en esa situación.
No es el único caso que hemos vivido en el asesinato de un jefe militar. Incluso quienes, como el general Tello Quiñones primero levantado, torturado y luego asesinado en Cancún durante el sexenio pasado, se dedican a actividades de seguridad pública suelen ser muy descuidados con su propia vida, con su seguridad.
Cuando el general Tello Quiñones abrió la puerta de su casa en Cancún desarmado, firmó su sentencia de muerte.
Otro tanto vivimos en esta semana con los muy lamentables asesinatos del Vicealmirante Salazar Ramonet y su ayudante.
Ni idea tenían del peligro en que se vive cotidianamente en Michoacán. Y no solamente en Michoacán.
Lo que no es admisible en un jefe militar, no obstante que esté dedicado a labores administrativas. Los militares, marinos y soldados, tienen doble obligación de estar enterados de la realidad nacional.
Mucho tiene que cambiar con estos asesinatos. Sobre todo en la mentalidad militar que tiene que adecuarse a la malicia, a la prevención permanente de la inteligencia policiaca. A ese “andar a las vivas” que cotidianamente salva la integridad física de muchos profesionales de la seguridad…
Isabel Arvide
@isabelarvide
Estado Mayor
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