Texto/foto: Objetivo7/Cuauhtémoc Villegas Durán
Recuerdo siempre mi rancho: amanecer con el canto de miles de pájaros y el sol en la ventana, atravesando el mezquite y las temachacas del patio. El humo de la “cocina” de mi madre, adaptada sobre una piedra con las tortillas a mano, los huevos de gallina, los frijoles, los chilaquiles, la coca cola… mi padre trabajando de sol a sol… sólo por el placer de hacer producir la tierra…
Caminaba feliz con mis amigos del rancho o mis familiares con un bote de cloralex adaptado al fajo, donde cargábamos las piedras de nuestras resorteras para cazar aves en las riberas de río de Juchipila.
Crecimos y poco a poco el rancho fue quedando atrás
Luego mis padres se fueron…
Tuve que volver, mantuve la casa en pie, tiene más de cien años…
Con el rancho no pude, no tenía ni el vigor de mi padre ni el apoyo de 12 hijos… parecía un toro, era un hombre valiente y se enfrentaba a cualquiera.
Me dediqué a recorrer la tierra de “los de abajo”, a conocer sus ranchos, sus pueblos, sus veredas, sus historias, a descubrir tesoros arqueológicos que siguen olvidados de las autoridades municipales, estatales y federales.
La excelente marihuana verde limón que se aun se produce en la sierra de Morones, era fácil de conseguir y barata… no se diga la coca nunca faltaba…
Ya tomados, sólo era cosa de arrimarnos con Rubén a comprar un pase, que la daba mala y cara, pero que nos sacaba de apuros…
En Tabasco, me enteré que los zetas ya estaban en el estado, luego, en un viaje de Guadalajara al rancho, vi un ejecutado en una parcela, a la orilla de la carretera, allí por Juchipila, ya lo recogía el servicio médico forense… le comenté a un amigo, esto ya valió madre..
Luego se adueñaron de Tabasco y después del estado, convoys de zetas iban y venían por las carreteras exhibiendo sus armas, pasando por enfrente de las presidencias municipales…
Un día levantaron a Rubén unas personas con las que se vio. Los golpes fueron contundentes se escucharon a gran distancia, lo subieron a una camioneta y nunca se le volvió a ver por el pueblo.
Mis constantes visitas se fueron espaciando hasta el grado de ir una vez al año. Ya no eran los policías, gente del pueblo. Ya no te saludaban cuando te veían como los del pueblo: sabiendo que traías tu gallo en la bolsa del pantalón y aun hasta te prestaban sus armas para yo, enseñarles por ejemplo, como cargar cartucho con una sola mano.
No, ya los policías del pueblo estaban en Tabasco. Yo suponía a que se dedicaban pero, nunca les pregunté. Pero cambió su actitud, me los encontraba y les daba harto gusto verme. Solía ser en el billar o en cualquier esquina del pueblo, de inmediato me invitaban mis cervezas… ya no platicaban y dentro de toda su dureza, parecía querer llorar uno de ellos, comandante de Tabasco.
Nunca les pregunte si se adhirieron por amenazas o por tontos. Nunca quise tocar el tema.
Un día vi en las noticias que habían asesinado a 9 cazadores de Guanajuato en Zacatecas. Los había detenido, allí, en la sierra de Morones, mis amigos, en un retén y los entregaron a un grupo armado que los liquidó y los enterró.
Un cazador escapó, se suscitó el escándalo y mis amigo están en la cárcel… ni siquiera conozco a cuantos años han sido condenados, espero que termine esta guerra para ir a saludarlos. Mientras. El solo visitarlos implicaría que mis enemigos lo usaran de arma o que allá me arriesgue y los arriesgue a ellos.
Luego, la persona que me rentaba el rancho me pidió que fuera para arreglar un problema, habían robado decenas de toneladas de leña del rancho. Yo le decía que no, que era peligroso. Insistió. Decidí ir de entrada por salida. El camión hace entre hora y media y dos horas desde aquí, de Aguascalientes.
Llegue a saludar a un amigo a una tienda. Había gente allí tomando cervezas y refresco. Mi amigo me dijo: “ve a cobrarles la renta”, en referencia a los zetas. Allí me enteré que luego de la balacera de la casa verde de Tabasco los principales líderes del cartel se habrían refugiado en los ranchos que están junto al río.
Luego vi a la persona que me rentaba. Estaba sentado en la plaza principal cuando llegó una camioneta y me hablaron uno se ellos aseguraba que yo había dicho que ellos dos llevaban de comer a los zetas al río. Le dije que ni siquiera sabía cómo se llamaban como para andar diciendo eso y que yo no sabía nada del asunto. Se fueron. Y sí, ni sabia como se llamaban y hasta el momento, no conocía el fondo del asunto
Minutos después patrullas de Tabasco con las sirenas encendidas pasaron rumbo a Jalpa. Luego iba yo a la casa de una amigo y así, me agarraron y sin traer nada ilegal, ni andar borracho o drogado, me subieron a la patrulla. Había testigos, unos albañiles, conocidos también a los que les pedí que avisaran a un amigo lo que había sucedido. Me persigne, recordé lo que mis amigos habían hecho a unos inocentes. Me imagine en el Monte Alto (sierra Fría), siendo torturado y asesinado, torturado en la cárcel, entregado al cartel de los zetas. Pensé que era mi último día.
Los policías se la pensaron, me llevaron a la tienda y pidieron al tendero confirmar mis palabras: que acababa de bajarme del camión de Aguascalientes y que había estado una media hora en el pueblo. Poderoso y rico, mi amigo abonó por mí. Me dijo que me tomará una cerveza para el susto, lo hice sin muchas ganas. Me fui a fumar un toque. Me entere de todo. No habían sido ocho los muertos de la casa verde, el ejército mató a 76 zetas por una venganza. 3 eran mujeres a las que les tocaba cocinar y lavar la ropa del grupo.
En una carretera los zetas volcaron un camión y mataron a 16 soldados.
El general Bahena, de la zona de Aguascalientes, para no alertarlos (ya que la guarnición de Jalpa o, policías y zetas de Jalpa y Huanusco podrían dar el pitazo, decidió entrar por la carretera inconclusa que comunica de Calvillo a Tabasco. Prácticamente sin uso.
No era una casa. Eran Tres. Yo la había visto por fuera en mis muchos viajes a Tabasco. Desde las balcones los soldados arrojaban a los delincuentes: les metían la punta del fusil por el ano les decían ¿Eres halcón? ¡Pues vuela!
El combate sólo habría servido para que escapara Miguel Angel Treviño Morales el Z-40 y Heriberto Lazcano, El Lazca a refugiarse allí, por mi rancho, nunca sabré si durmió en mi casa. Nunca la he vuelto a ver gracias a Calderón, el ejército, los zetas, los policías, los funcionarios públicos…
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