La tranquilidad corrompida, como ese viento caliente y espeso bajo un sol de 37 grados, es lo que padecen los habitantes de La Vainilla, en el municipio de Mocorito. Ahí, un enfrentamiento entre militares y un grupo armado dejó un saldo de dos civiles muertos, aunque otras cifras señalan que entre los decesos deben incluirse algunos soldados. Unos dicen dos, otros que diez…
La refriega fue el sábado 18 de mayo, alrededor de las 5:30 horas, dos días después de que rindió protesta el general Miguel Hurtado Ochoa, como nuevo jefe de la novena Zona Militar.
Los habitantes no saben si en realidad había un retén del Ejército mexicano, en el camino que conduce a esta comunidad, a unos 200 metros del asentamiento, o fue una persecución o una emboscada.
Esa mañana, antes de que el pueblo se levantara a regar las plantas de las escasas áreas verdes, en esos patios grandes, terregosos y de polvo concupiscente, se empezaron a escuchar los “guamazos”, como llama Abraham a los disparos, y entonces nadie salió de sus viviendas.
A él le avisaron cuando ya había pasado por el lugar y se dirigía a Culiacán, a trabajar.
“Me dijeron por teléfono que estaba feo el deschongue, fue como a eso de las seis de la mañana. Está fea la cosa por todos lados, oiga. Nomás que no nos toque, porque en una de esas se van barbones y rasurados”, manifestó.
De dos años a la fecha, agregó, poco salen a la calle y de noche, en cuanto empieza a oscurecer, se encierran y prefieren guardarse a arriesgar el pellejo.
Pueblo de polvo
En la entrada a La Vainilla hay un viejo letrero, vencido por el tiempo y las enmendaduras, que avisa que suman alrededor de mil 700 habitantes. La verdad es que poco de lo que dice el anuncio tiene vigencia: son unas 60 casas, de las cuales apenas 25 están habitadas. Muchos de sus pobladores se fueron porque no hay agua ni trabajo ni escuela. Algunos lo hicieron fuera del estado o del país, y viven en Estados Unidos, de donde regresan cada Navidad o vacaciones de Semana Santa.
La polvareda se levanta fácilmente. Las palmas, que no son pocas, alimentan las flacas sombras: no parece haber dónde guarecerse bajo un sol disciplinante y malhumorado de media tarde de jueves. Algunos se dedican al cultivo de palmas para construir cabañas y palapas, otros a la siembra de maíz, frijol, en tierras de temporal porque no hay agua.
Unos cuantos borregos en un cerco pequeño. Vacas en patios de casas más adentradas. Acá todo es entelerido, menos los cañones de los fusiles automáticos y mucho menos el miedo.
La telesecundaria tiene en sus fachadas algunos raspones que parecen orificios de bala recién pintados, en un intento de resanar, ocultar la realidad. Pero la realidad pesa y demuele y aplasta: está ahí, a poco menos de trescientos metros del pueblo, a la vuelta del sendero.
Combate
El tableteo inundó todo, ese sábado que apenas empezaba. Fueron cinco minutos, dicen unos. Otros, como el comisario José Cázarez, sostienen que el agarre a balazos duró alrededor de media hora, pero “a nosotros se nos hizo toda una eternidad”.
Los pobladores no pudieron pasar sino hasta las 15 horas, debido al fuerte despliegue militar.
“La verdad, echaron a perder la tranquilidad y ahora por todos lados es igual. Aquí nadie miró, nadie se dio cuenta de nada”, insistió Abraham.
Varias camionetas y una Hummer artillada protagonizaron el enfrentamiento. En el lugar había una caja para cartuchos calibre 7.62, el que usan los fusiles AK-47, conocidos como “cuernos de chivo”. Quedaron también en el camino cristales y plásticos de automóviles, esparcidos en el camino.
Las versiones difundidas en medios periodísticos indican que dentro de una camioneta quedaron los cadáveres de dos desconocidos. Los militares, además, decomisaron tres camionetas de modelo reciente, una de ellas con placas UB-89886, de Sinaloa, otra blanca con placas TY-73982, y una Chevrolet Cheyenne, placas UC-07023. Además, armas de diferente tipo, cuyas características no fueron dadas a conocer con precisión.
Los vecinos miraron helicópteros artillados militares que participaron en la persecución y otras patrullas terrestres, ya que varios de los supuestos sicarios lograron huir. Otras versiones indican que el operativo inició en la comunidad de La Calera, ubicada a pocos kilómetros al oriente de La Vainilla, más adentrada en las montañas, y que concluyó con este enfrentamiento.
A pesar de que las comandancias de la Novena Zona Militar y de la Tercera Región no emitieron comunicados sobre estos enfrentamientos, versiones extraoficiales identificaron a uno de los occisos como César Isaac Sauceda Pérez, con domicilio en el poblado La Buenavista, municipio de Mocorito. El otro abatido no ha sido identificado, tenía alrededor de 30 años y era de tez morena; muy cerca de él fue encontrado un rifle AK-47 y una bazuca lanzagranadas.
Fuentes de la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) informaron que en esta refriega de La Vainilla no fueron avisados por los mandos castrenses, por eso no cuentan con un parte informativo ni trabajos periciales sobre la escena del crimen. Pero la Procuraduría General de la República (PGR) recibió un reporte de las primeras investigaciones y de lo decomisado:
“Siete unidades motrices: tres Toyota Tacoma, una Chevrolet GMC, una Chevrolet Silverado, una Dodge Ram y una Chevrolet Pick Up. (Además) un arma corta y cinco largas”, indicó la dependencia federal.
Por estos hechos se inició una averiguación previa por los delitos de homicidio en grado de tentativa, lesiones, daños y violación a la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos.
Además, en el poblado Bacamacari, donde hubo otro enfrentamiento a balazos el lunes 20, fueron decomisadas dos camionetas Toyota, una Tundra, una Tacoma y una Dodge Ram. Cada una de ellas, con armas en su interior.
“En la Tundra se aseguró un arma corta, tres armas largas, 14 cargadores de diferentes calibres, un costal con aproximadamente 660 gramos de mariguana y un kilo 102 gramos 500 miligramos de cocaína.
“En la Tacoma se aseguraron dos armas cortas, 4 armas largas, un bipié, un aditamento lanzagranadas, 36 cargadores de diferentes calibres, mil 470 cartuchos de diferentes calibre, una bolsa con 60 gramos de cocaína y un envoltorio con 29 gramos 800 miligramos de mariguana”.
Y en la Ram fueron asegurados un lanzagranadas, dos granadas, tres armas largas y 17 cargadores de diferentes calibres.
“Por estos hechos se inició una averiguación previa por los delitos de: homicidio en grado de tentativa, lesiones, daños, violación a la Ley federal de Armas de Fuego y Explosivos, y contra la salud”, informó la delegación estatal de la PGR.
Ese mismo día, en amplio sector de la ciudad de Guamúchil, cabecera municipal de Salvador Alvarado, se realizó un fuerte operativo del Ejército mexicano con la participación de cinco helicópteros. No hay reportes oficiales al respecto.
Sobre hechos del lunes 20 de mayo, trascendió que un ataque a balazos dejó un saldo de un oficial del Ejército mexicano muerto y dos más heridos, en las cercanías de la comunidad Bacamacari, un pueblo ubicado a diez kilómetros de La Vainilla. También hubo dos detenidos.
Esta refriega aparentemente tiene relación con los dos civiles muertos a balazos la mañana del sábado.
El militar ultimado fue Víctor Manuel Santiago Sánchez, capitán del Ejército y adscrito a la Novena Zona Militar, quien fue trasladado en helicóptero al Hospital Integral de Badiraguato, donde murió. Los soldados heridos fueron llevados al Hospital Militar de Mazatlán.
Marcapasos
José Cázarez cuenta que escuchó los disparos y se bajó de la cama para quedar pechotierra, en el suelo.
“Estábamos acostados cuando empezó la tracatera. Fue como media hora pero a nosotros se nos hizo una eternidad. Todos nos tiramos al piso. Dicen que los soldados los estaban esperando y otros que los traían arriados, que venían de la fiesta de La Calera. Que estaba sitiado y de allá pa’cá los traían… estuvo serio, se oía de todo”, recordó.
Ante tanto balazo, agregó, se le hacen pocos los muertos. Manifestó que ya esperaban un hecho violento como este, porque “los broncos” andaban paseándose por el lugar desde hace varios días.
En los alrededores, lo señalan otros vecinos, hay “mucha malandrinada. Y cuando esto pasó, todos nos arrancamos y nos tiramos al suelo… salimos a la calle cuando se acabó todo”.
José tiene 79 años, camina despacio y así habla: remendando sus palabras antes de que estas sean expulsadas por lengua, dientes, garganta y labios. Hasta su voz se arruga al alcanzar el aire. Aquí, en el zaguán de su casa se apacigua un poco el calor y el viento trae una inexistente brisa del cauce del arroyo que está a pocos metros, seco.
“A mí esto de la tracatera como que me apagó. Ando como temblando, como que veo borroso. Antier fui a Culiacán a que me viera el doctor porque traigo problemas con la presión, y hoy estoy más tranquilón”, señaló.
Tiene un año con marcapasos, luego de haber sufrido problemas cardiacos. Nubarrones en esa mirada. Tambaleando su cuerpo, que al andar va y viene pero no deja de avanzar. Es digno representante de su comunidad: igual de tembeleque y frágil, borrosa, apagada, por tanta violencia.
—¿De qué vive, don José?
—De la voluntad de Dios.
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